La fiebre es una respuesta natural del cuerpo ante infecciones y procesos inflamatorios. Se produce cuando sustancias llamadas pirógenos estimulan el hipotálamo, elevando la temperatura corporal para combatir microorganismos y fortalecer la respuesta inmune.

Diversos estudios han demostrado que la fiebre tiene efectos positivos en la salud. Entre sus beneficios destaca su capacidad para inhibir la replicación de virus y bacterias, optimizar la actividad de los glóbulos blancos y aumentar la eficacia de ciertos antibióticos. Además, puede mejorar la producción de interferón, una proteína clave en la respuesta defensora ante infecciones virales.

¿Cuándo se convierte en un riesgo?

A pesar de sus ventajas, la fiebre también puede generar efectos adversos. Un aumento excesivo de la temperatura corporal (≥ 41°C) puede ocasionar daño celular y afectar órganos vitales. También puede aumentar la deshidratación y el gasto energético, afectando a pacientes con enfermedades crónicas, además de causar convulsiones en niños pequeños.

Expertos señalan que se debe evitar suprimir automáticamente la fiebre con antipiréticos, ya que forma parte del proceso natural de adaptación del organismo. Su tratamiento debe centrarse en aliviar el malestar y evitar complicaciones, especialmente en poblaciones vulnerables como niños pequeños, ancianos y personas con enfermedades preexistentes.

¿Cómo controlarla de manera natural?

Hidratación constante. Para ayudar al cuerpo a regular la temperatura y evitar la deshidratación.

Baños con agua tibia. El agua tibia permite que el cuerpo disipe el calor de forma gradual.

Compresas frías en zonas clave. Aplicar paños húmedos en la frente, los pies, la nuca y las axilas puede ayudar a reducir la temperatura de forma natural.

Alimentación ligera. Consumir caldos, frutas y verduras ricas en líquidos y nutrientes para mantener el equilibrio del organismo.

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