Javier Cabello

Una de las ciudades que me sorprendió durante mi recorrido por Ecuador fue la hermosa y entrañable Cuenca. Había escuchado buenos comentarios de dicha ciudad, pero mi escepticismo de periodista y, sobre todo, la regla general de ver para creer de todo intrépido, desconfiado y aventurero reportero me llevó a viajar hasta ese lugar.

Escuchaba que decían que Cuenca es la mejor ciudad para vivir en Latinoamérica e incluso la catalogan como la Atenas (Grecia) de Ecuador. Hasta ese momento aún no podía corroborar nada y solo me quedaba anotar en mi libreta los lugares donde me recomendaban ir. Es así que después de permanecer unos días en la calurosa Guayaquil decidí ir rumbo a la sierra ecuatoriana.

Salí a eso de las 4 de la tarde del terminal de buses y llegué a Cuenca en la noche luego de tres horas y media de viaje. Tras llegar al hospedaje caminé por su plaza principal y busqué dónde cenar para luego descansar e iniciar al día siguiente la exploración de la ciudad.

Durante los viajes el cansancio llega al final del día y dormir es fundamentalmente necesario para poder recargar energía. Siempre en mi mochila guardo un libro para leerlo cuando estoy en un bus, tren, avión, embarcación o en la cama antes de dormir. Ese día estaba acostado y listo para cerrar los ojos.

Recuerdo que aquella vez leí algunas hojas del fabuloso libro “Larga distancia”, la primera obra de crónicas del periodista y escritor argentino Martín Caparrós. Un libro que reúne una serie de relatos de viaje y esencial para todo aquel que le apasiona las travesías.

Al amanecer, abrí las cortinas de las ventanas y un cielo celeste me dio la señal de que no estaba lloviendo. Sin embargo, por si acaso llevé una sombrilla porque el clima es impredecible.

Las primeras impresiones con la luz del día de la ciudad de Cuenca era de que me sentía caminando en una pequeña localidad de Europa. Me trasladaba a Lisboa, en Portugal; Cracovia, en Polonia, o Toledo, en España. Sus calles empedradas y la belleza arquitectónica colonial de sus casonas iluminaban mis ojos ante la admiración desmedida de la catedral la Inmaculada Concepción de Cuenca, construida entre 1885 y 1975. Tres cúpulas gigantes no pasan desapercibidas para la vista del viajero en el parque Calderón y resaltan la monumental joya que es la catedral de estilo románico, gótico y renacentista.

En solo unas horas ya me sentía satisfecho de lo que había descubierto en Cuenca pero aún me faltaban varios días por recorrer. Nos vemos.