La historia de la salud moderna puede leerse, de forma muy esquemática, en tres ramas.
Medicina Alopática. Este enfoque actúa por contrarios: antitusígeno para la tos, antihipertensivo para la presión alta, antiinflamatorio para la inflamación, anticonvulsivo para las crisis, antibiótico para infecciones bacterianas. Es el pilar del manejo agudo y de muchas enfermedades crónicas.
Homeopatía. Se basa en curar con lo semejante: administrar, en dosis muy diluidas, sustancias que en mayor cantidad producirían síntomas similares, con un enfoque en lo “energético” del organismo. Los practicantes buscan estimular reacciones reguladoras suaves, ayudando al cuerpo a restaurar su equilibrio.
Naturopatía o Medicina Natural. Trabaja con la naturaleza: agua, sol, tierra y aire como agentes de equilibrio (por ejemplo, helioterapia para “nutrirse” de luz). También incorpora técnicas manuales, como la imposición de manos, entendiendo al cuerpo como antena de energía.
Enfoque Natural. Desde esta perspectiva, el itinerario básico comienza por limpiar el intestino, dormir temprano y sudar a diario (mediante movimiento o baños de calor). Luego, ordenar el plato: raíces y tubérculos (bajo tierra), hojas tiernas (sobre la tierra) y semillas/cereales como eje (quinua, kiwicha, kañiwa, avena, etc.). “Los granos dan energía e inteligencia”, resume esta mirada..
Prácticas de Apoyo. Cuando hay enfermedad, algunas escuelas recomiendan pausas digestivas breves: hasta tres días evitando sólidos y tomando emoliente o jugo de toronja con una fuente de magnesio, para descansar el sistema digestivo. La máxima hipocrática sostiene el espíritu de esta práctica: “Que tu alimento sea tu medicamento.”
En este mapa, el ayuno aparece como herramienta de rejuvenecimiento y autocuidado cuando se aplica con mesura y supervisión. La leche de cabra, en la tradición popular, se valora por su buena tolerancia y aporte de minerales, incluido el magnesio, por lo que se le atribuyen efectos de prevención y recuperación.
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