La permeabilidad intestinal forma parte del diseño del cuerpo: la barrera deja pasar nutrientes y filtra lo que sobra. El problema llega cuando esa puerta selectiva queda demasiado abierta (hiperpermeabilidad) por cambios en la microbiota: menor diversidad bacteriana, disbiosis y un paso desordenado de moléculas hacia la sangre. El resultado es inflamación de fondo y un sistema inmune con exceso de labor. En el día a día, esto puede sentirse como gases, distensión, diarrea o estreñimiento, dolor abdominal, fatiga y dolores de cabeza; a largo plazo, se asocia con trastornos sistémicos y con cuadros intestinales inflamatorios (como intestino irritable o enfermedad de Crohn).
El intestino conversa con el cerebro a doble vía. Estrés, preocupación y ansiedad impactan la microbiota y, en efecto rebote, el ánimo y el sueño también cambian cuando el ecosistema intestinal se desordena. Por eso, equilibrar el eje intestino-cerebro importa tanto como elegir bien lo que va al plato.
Un patrón tipo Mediterráneo protege: frutas y verduras abundantes, granos integrales, menestras y cereales frecuentes por semana, aceite de oliva virgen extra, frutos secos, junto con movimiento regular, manejo del estrés y buenas horas de sueño. Las variantes vegetariana o vegana bien planificadas muestran resultados prometedores para la salud intestinal.
El abordaje práctico se arma a medida. Conviene priorizar vegetales de todos los colores y fibra real. Probióticos y prebióticos (avena, cebolla, ajo, alcachofa, germinados, etc.) alimentan a las bacterias beneficiosas y empujan la eubiosis.
Los micronutrientes suman: el trío folato (B9), B12 y B6 mantiene a raya la homocisteína, relacionada con actividad proinflamatoria de la mucosa; en disbiosis, la B12 puede quedar menos disponible. La vitamina D modula la microbiota, la expresión génica y la integridad epitelial; la vitamina A sostiene el moco protector e impulsa bacterias amigas. Con constancia, más plantas y hábitos sencillos devuelven orden a la barrera y calma al sistema.
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