Javier Cabello

Las camionetas 4x4 son utilizadas para trasladar a los turistas por el impresionante Salar de Uyuni, en el departamento de Potosí, en Bolivia. Una fila de vehículos van uno detrás de otro, mientras que otros van retornando de la fabulosa travesía por varios días en las entrañas del “desierto de sal” más grande del mundo. Si esta escena lo viéramos desde el cielo parecería que los vehículos serían unas hormiguitas que marchan en hileras en busca de comida en medio de un gigantesco manto blanco.

Más de 2 mil 500 turistas visitan al día la mencionada maravilla natural, según registros de las autoridades bolivianas en el 2024. Recuerdo que cuando viajé a esta parte de Sudamérica y recorrí el salar, noté que la altura poco a poco comenzaba a aumentar cada vez que llegábamos a un nuevo destino. En el segundo día de excursión salimos a las 7 de la mañana para seguir con el recorrido luego de pasar la noche en un acogedor refugio (hospedaje), situado dentro del salar. La camioneta todo terreno avanzaba a 80 kilómetros por hora, bajé la luna de la ventanilla y saqué medio cuerpo para sentir el fuerte viento en el rostro. Una sensación de libertad y sobre todo de frescura como si recién te hubieras cepillado los dientes.

Retrocedo en el tiempo y me viene a la memoria cuando iba rumbo al colegio y hacía la misma “palomillada” en el micro. Llegaba a clases despeinado, pero eso no importaba a los 12 años de edad. El guía, que manejaba la unidad, refiere que la próxima parada se encuentra a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar. No me preocupo. Ya no me duele la cabeza como los primeros días cuando llegué a tierras bolivianas. El “soroche” es de temer para algunos y solo queda adaptarse.

“Vamos a conocer dos lagunas. En una de ellas veremos muy de cerca a unos animalitos”, dice el guía. Es así que llegamos a la laguna Hedionda que emana un fuerte olor debido a su concentración de azufre. El olor es soportable y el paisaje es una belleza. El agua presenta diferentes tonalidades pero la atracción principal es la gran cantidad de flamencos andinos, cuyos colores inspiraron al libertador argentino José de San Martín en la creación de nuestra primera bandera nacional hace más de 200 años.

Me senté en una piedra por unos minutos para contemplar la sobrecogedora naturaleza en esta parte del altiplano boliviano. El tiempo se acabó y subimos a la camioneta para dirigirnos a la próxima laguna. Tocó el turno de la llamada laguna Colorada o laguna de colores en la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Abaroa. Es un lago de color rojo sangre a causa de la pigmentación de algas. También podemos encontrar flamencos y la laguna se encuentra rodeada de volcanes y montañas. Ya es mediodía y el sol comienza a golpear. Es hora de partir y poco a poco nos vamos acercando a la frontera con Chile. Nos vemos.