Hoy sabemos que no solo importa qué comemos, también influye cuándo lo hacemos. Diversos estudios recientes muestran que empezar a comer poco tiempo después de despertar, en un promedio de 30 minutos, ayuda a que el cuerpo use mejor la energía. Esto se debe a que en la mañana nuestra sensibilidad a la insulina es más alta y el organismo maneja de forma más eficiente la glucosa. Cuando retrasamos la primera comida por más de dos horas, la glucosa en sangre aumenta más y el cuerpo debe trabajar extra para mantenerla estable.
Además, comenzar el día con un desayuno sencillo y balanceado, que incluya fruta, cereal integral, lácteo o huevo, ayuda a regular el apetito, mejora la concentración y evita llegar con demasiada hambre al almuerzo.
No se trata de comer grandes cantidades; la clave está en darle al cuerpo un inicio ordenado. Si despiertas y pasan muchas horas sin probar alimento, procura adelantar el desayuno. Tu metabolismo y tu energía te lo agradecerán.
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