La muerte del escritor peruano Mario Vargas Llosa ha provocado que retroceda en el tiempo y recuerde sus libros que leí durante mi adolescencia y en la universidad. El autor de las famosas novelas “Conversación en la Catedral” y “La Ciudad y los Perros” fue un viajero empedernido. Se convirtió en un peruano universal e incluso cuando viajo al extranjero y digo de qué país soy al toque responden: “¡Machu Picchu!” o “¡Vargas Llosa!”.
El principal motivo de las travesías que emprendía Vargas Llosa era recoger testimonios de primera mano e incluso poniendo en peligro su vida. Caminaba con una libreta en la mano donde escribía todo lo que veía y los relatos que escuchaba. Todo el recojo de la información sirvió al ilustre arequipeño para escribir sorprendentes novelas, cuentos, crónicas y reportajes, que se convirtieron en sabrosas lecturas para sus seguidores.
Uno de esos pocos conocidos viajes que realizó para convertirlo en un libro fue “Diario de Irak”. El Premio Nobel peruano permaneció doce días en el país iraquí entre junio y julio del 2003. Tenía 67 años de edad y recorrió las ciudades de Bagdad, Kerbala, Nayaf, entre otras. El viaje ocurrió tras el fin de la guerra entre Irak y una coalición de países al mando de Estados Unidos. Su hija Morgana lo acompañó y se encargó de realizar las fotografías.

En un primer momento la serie de reportajes y columnas de opinión del laureado escritor fueron publicadas en el diario español El País. Debido a su reciente fallecimiento he vuelto a las páginas del libro “Diario de Irak”. Al releerlas no puedo dejar de sostener que es un ejemplo magistral de reporterismo vivencial o periodismo de inmersión. Las impresiones detalladas y descriptivas que narra Vargas Llosa en su obra te hacen convertirte en un testigo presencial de los sucesos que vivió.
El excandidato presidencial peruano en 1990 se inició en el periodismo a los 15 años como reportero policial en el diario La Crónica. Practicó tres meses en el verano de 1952. “Vargas Llosa estaba paralizado de susto y náusea. Era la primera vez que tenía tan cerca un cadáver y, además, en medio de un charco de sangre. Pero se sobrepuso, tomó muchas notas y ayudó a buscar papeles, cartas, fotos, todo lo que sirviera para armar un caso”, escribe el periodista y catedrático Juan Gargurevich en su libro “Mario Vargas Llosa reportero a los 15 años”.
Confieso que no soy su fan, discuto sus posturas políticas pero nada quita que ha dejado un legado inmortal en la literatura. El ilustre peruano ha trascendido a los 89 años de edad y antes de partir me dejó su autógrafo en su libro “La fiesta del Chivo”. Escribió mi nombre y colocó su firma. Es un recuerdo que atesoraré por siempre. Nos vemos.