En medio del salar más grande del mundo se encuentra ubicada una enigmática y recóndita isla donde existen gigantescos y milenarios cactus. Se trata de la Isla Incahuasi, que en quechua significa “La casa del Inca”, situada en el corazón del fabuloso Salar de Uyuni, en el departamento de Potosí, en Bolivia.
Hemos llegado a la mitad del “desierto blanco” y nuestro guía nos dice que tenemos una hora para recorrer y conocer la isla. Bajamos de la camioneta 4x4 y lo primero que tenemos que hacer es pagar 30 bolivianos (16 soles) por derecho de ingreso. Esta isla no está rodeada de agua, excepto en temporada de lluvias, sino de toneladas de sal.
Hace 40 mil años el Salar de Uyuni era parte del prehistórico lago Minchin, en el altiplano de América del Sur y que con el paso del tiempo se secó gradualmente. El agua se fue evaporando debido a cambios climáticos y tectónicos.
Subir a la cima de la Isla Incahuasi demora caminando unos 20 minutos. Desde lo alto se tiene una vista impresionante del depósito de sal más colosal del planeta. Se estima que existen 10 mil millones de toneladas de sal en esta zona boliviana, privilegiada del continente americano. El camino para llegar a la cumbre resulta majestuoso y a la vez intrigante debido a la abundante cantidad de cactus, que pueden alcanzar entre doce y quince metros de altura. Varios tienen más de mil años de antigüedad.
Nos encontramos pisando un lugar prehistórico y resulta necesario reflexionar sobre la evolución de la Tierra. Es decir, las transformaciones de los ambientes naturales y los cambios radicales en el antes y después en la historia de la humanidad. En el recorrido por la isla también encontramos gran cantidad de corales, indicios de que hubo vida marina. De acuerdo a una leyenda aymara, el Salar de Uyuni nació debido a la leche materna derramada por el volcán Tunupa cuando le robaron a su recién nacido. De esta manera, cada año sus lágrimas inundan este mar de sal, que sería en la época de lluvias.
Son las 5 de la tarde y el panorama desde la cúspide de la isla te deja atónito. Ver el atardecer en el salar es un auténtico cuadro del afamado pintor francés y padre del impresionismo, Claude Monet. Me quedé por varios minutos mirando el horizonte mientras el sol poco a poco descendía y se ocultaba, como huyendo de unos intrusos parados y sin entender lo señorial del paisaje en el altiplano boliviano.
Era hora de bajar de la cima de la isla y continuar con la excursión. El guía enciende la camioneta, pone primera y arranca. Miro a través del espejo retrovisor que la isla comienza a empequeñecerse. Me voy alejando pero con el consuelo de haber dejado mis pasos en este maravilloso lugar. La travesía continúa y aún hay mucho que conocer. Nos vemos.