La aventura de viajar recorre mis venas y coincido con mi tocayo, el reconocido escritor español Javier Reverte al definir el acto de trasladarse en tiempo y espacio de manera recurrente a lugares desconocidos y que terminan sorprendiéndonos. “Creo que hay que viajar siempre, ponernos a prueba ante lo inesperado, ver y sentir sobre lo que hemos leído, sobre lo que nos han contado. Y luego escribirlo, para que otros sueñen, para mantener viva la ficción de existir y el anhelo de la eternidad”, refiere el también periodista y especializado en literatura de viajes.
Totalmente cierto y sobre todo puse a prueba lo inesperado cuando llegué hasta el recóndito y muy poco conocido desierto de Siloli, ubicado en el altiplano boliviano. Había terminado de recorrer el fantástico Salar de Uyuni cuando la camioneta 4x4, donde viajaba junto a un grupo de turistas extranjeros, ingresó a una llanura desértica y dejaba a su paso nubes de polvo. Me encontraba en una zona árida y rocosa, y de extrema altura de aproximadamente 4800 metros sobre el nivel del mar. El paisaje es surrealista; es decir, irreal y fuera de lo común. Un escenario inhóspito donde podemos encontrar vicuñas, vizcachas, zorros andinos, entre otras especies.
Existen más de 30 desiertos en el mundo, entre ellos se encuentran el de Sahara, en África, y el de Atacama, en Chile. Confieso que desconocía de la existencia del desierto de Siloli, el cual, según refieren, es totalmente diferente a los anteriores mencionados debido, principalmente, a las formaciones rocosas causadas por fuentes vientos y las intensas precipitaciones.
Una de esas formaciones moldeadas por la naturaleza es el famoso “Árbol de Piedra”, el cual se ha convertido en el punto de interés más preciado del desierto boliviano. Los viajeros que llegan a conocer el Salar de Uyuni tienen una parada obligatoria en esta atracción turística en medio de un paraje deshabitado donde las temperaturas en el día pueden llegar hasta los 30 grados centígrados y en las noches bajo cero.
El “Árbol de Piedra” es una figura que mide unos 5 metros de altura y presenta una base delgada que se asemeja al tronco de un árbol. Mientras que su parte superior se extiende a los costados como si fueran ramas. El tiempo ha sido testigo de esta obra de arte a la intemperie. Es una de las postales más conocidas de Bolivia y no podía irme sin tomarme una fotito a su lado.
Este fenómeno geológico ha sido declarado Monumento Natural de la Humanidad en la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa en el departamento de Potosí. Considero que en los viajes aprendes demasiado y hay que salir a explorar el mundo porque de eso se trata la vida. No solo hay que viajar y conocer. Hay que viajar para contarlo. El recorrido continúa y tenemos aún mucho que descubrir. Nos vemos.
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