La alimentación es una herramienta poderosa para protegernos y sanar. Numerosos estudios han demostrado que ciertos alimentos pueden reducir la inflamación, fortalecer el sistema inmune, reparar el ADN celular y frenar la progresión de enfermedades crónicas como el cáncer. Una dieta preventiva y terapéutica frente al cáncer se basa en una abundancia de alimentos vivos, coloridos y ricos en compuestos bioactivos.

¿Qué incluir en el plato?

Vegetales, frutas moderadas (granada, frambuesa, manzana, membrillo), canela, legumbres, quinoa, arroz integral y semillas ayudan a mantener estables los niveles de glucosa.

Antiinflamatorios como cúrcuma, linaza, algas, hojas verdes, calabaza y frutas secas ayudan a reducir la inflamación crónica vinculada a diversas enfermedades.

Alimentos alcalinizantes, como germinados, piña, cebolla, limón, jengibre y fermentados, ayudan a equilibrar el pH del cuerpo. Aunque su efecto directo es debatido, se asocian con una dieta rica en alimentos frescos y no procesados.

Fuentes de omega-3, como nueces, palta, sacha inchi y linaza, protegen las membranas celulares y regulan la respuesta inmune.

Antioxidantes como frutos rojos, cacao puro (más del 85%), vegetales verdes, papaya, piña y té verde ayudan a neutralizar radicales libres que dañan las células.

Alimentos antiangiogénicos, como ajo, cúrcuma, apio y perejil, dificultan la formación de nuevos vasos sanguíneos que nutren a los tumores, lo cual podría ralentizar su crecimiento.

Probióticos y prebióticos, presentes en chucrut, miso, kéfir, kimchi y germinados, restauran la microbiota intestinal, un pilar clave de la inmunidad.

¿Cómo elaborar los alimentos? Evita frituras, rebozados, barbacoas y ahumados. Prefiere cocción al vapor, hervido o al horno, y prioriza el consumo en crudo. Idealmente, el 50 % de la dieta diaria debe ser crudo: zumos, ensaladas y batidos verdes.

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