Aurora Caruajulca
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En el Hogar Canevaro, ese histórico refugio del Rímac que lleva 43 años acogiendo a cerca de 400 adultos mayores —en su mayoría hombres—, la música no es un recuerdo: es una presencia viva.
En vísperas del Día del Músico (22 de noviembre), dos de sus residentes, Juan Miyagui y Francisco Lozano Arnao, demuestran que el arte no envejece: solo encuentra nuevas formas de permanecer.Juan, flautista, chelista, guitarrista y pianista, empezó su romance con la música a los seis años, cuando una profesora italiana le enseñó a leer el mundo en clave de sol.
Luego aprendió nueve instrumentos, ofreció conciertos dentro y fuera del país y estudió psicología, farmacia e idiomas en un recorrido que lo llevó por Canadá, México, Nueva York, Francia y Japón. Su vida fue un largo pentagrama donde el arte convivió con el conocimiento sin estorbarse jamás.
Al llegar a Canevaro, hace tres años, halló un piano abandonado entre los desechos. Lo limpió, lo afinó, lo rescató. Ese gesto resume su historia: devolverle vida a lo que otros dan por perdido. Hoy, aun con la espondilitis que limita su movilidad, continúa estudiando, explorando y entendiendo el mundo a través de melodías y preguntas. Su música no se ejecuta únicamente: se piensa.
El CANTANTE. Francisco, en cambio, nació cantante. Desde niño, en las calles del Callao, animaba las Navidades con tambor y voz. Con los años, su talento lo llevó a orquestas, escenarios, tiendas, galerías y hasta a “La Voz Senior”, donde muchos lo recuerdan como Paco Arnao. Dejó la mecánica de SENATI por un escenario que le pagaba mejor, pero, sobre todo, que le daba sentido.
Cantó en locales, en pistas, en comercios; siempre de traje, siempre digno, siempre profesional. Y cuando una mielopatía cervical lo dejó postrado por más de un año, la música fue memoria y esperanza. Hoy, en Canevaro, su movilidad es limitada, pero su voz —esa que moldeó con valses, boleros, Nueva Ola y salsa— sigue viva, firme, suya.
En Canevaro, administrado por la Beneficencia de Lima, estos artistas mayores no son solo residentes: son patrimonio vivo. Representan a tantos músicos peruanos que entregaron su vida al arte sin esperar homenajes, pero que hoy merecen ser escuchados.Mientras Juan rescata pianos y teorías, Francisco rescata canciones y aplausos pasados.
Dos trayectorias opuestas que se encuentran en un mismo lugar: un hogar donde la música todavía pulsa, incluso cuando el cuerpo ya no acompaña del todo.
Dentro de sus instalaciones destacan otros espacios como La Escuelita Canevaro, la sala de lectura, el biohuerto, entre otros.




